“¡Este es un Estado de educación laica, y la religión fuera de las aulas!” De duro granito, así de cierto, es el suelo sobre el que caminas, compatriota: nuestro Estado ha de ofrecer una educación laica. Pero quizá lleguemos a convencernos más sólidamente de esta idea si, como quien decide qué pescado comprará, nos detenemos y examinamos lo que estamos viendo, no vaya a no ser fresco. Porque ¿qué es la educación sino un administrar el edificio del pensamiento de la infantil mente? Si lo administramos bien, será un firme edificio, y grande -pues en la adecuada administración, el edificio irá ampliando-, donde tendrán cabida los mayores conocimientos. En su edificio, el espacio tiene que ser diáfano y no contener tabiques, para que pueda caminar con libertad y sin tabúes. Pues bien, nuestro joven estudiante va a hacer una visita cultural, y ha decidido ir a un museo; observa atónito cómo las maravillosas pinturas representan personajes que no conoce; no comprenderá nunca la iconografía. Nuestro joven estudiante va a un concierto de polifonía; observa atónito cómo el programa le habla de misas de fiestas de los Apóstoles, y motetes a una tal Virgen. Nuestro joven estudiante es ya todo un mozo ávido de sabiduría, y un ávido lector de poesía, pero él no puede entender a los místicos, ni a Luis de León. Lee también filosofía, pero no puede entender ni aun a Descartes. Ve la Catedral, pero nunca entenderá cuanto enhiesto se yergue ante sus ojos. Veamos, me parece, compatriota, que no erramos si nos percatamos de que toda la cultura occidental está erigida sobre la religión cristiana. Llenar el edificio de nuestro discípulo de tabiques contra la religión, ¿no es privarlo del acceso a la cultura? Cuida la respuesta que des, porque de ella depende en gran medida el futuro de nuestro joven.
Daniel Alarcón
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