A continuación, ofreceré un breve análisis crítico de Realismo capitalista (2016, Editorial Caja Negra, Buenos Aires; original de 2009), interesante libro de Mark Fisher:
Se trata de una obra corta a medio camino de la filosofía, la sociología y la práctica política, que, a través del comentario de diferentes obras fílmicas y literarias y el recurso a teorías heredadas del filósofo esloveno Slavoj Zizek, o los franceses Deleuze, Guattari o Baudrillard, buscaría exponer el modo como el capitalismo se naturaliza a sí mismo, haciendo impensable su superación (p. 22). Nos encontraríamos en el fin de la historia vaticinado por Francis Fukuyama, al menos en el terreno del inconsciente colectivo (pp. 27-28). Incluso las formas aparentemente revolucionarias de anticapitalismo formarían parte interna del propio capitalismo, y conducirían a su reforzamiento por nuevos medios. Mientras que fascismo y estalinismo no eran sostenibles sin una propaganda, el capitalismo funciona mejor sin ella, o incluso con una propaganda inversa: creemos que el dinero no es más que un signo sin sentido ni valor intrínseco, y porque hemos tomado una distancia irónica de él, es que podemos fetichizarlo de acto (pp. 35-39). También la patologización, privatización y posterior naturalización de la salud mental cumpliría un papel semejante, como medio para despolitizar a los jóvenes, como potenciales agentes subversivos (p. 45).
En el terreno sociológico, su metodología se inserta en el marco de una versión del funcionalismo que toma como parámetro al sistema capitalista, pero con explicaciones que presentan algunos errores teóricos de base. Primero, por tomar un sistema social como tal sujeto de funciones: al capitalismo no le «interesa» nada, porque el capitalismo no es un grupo social. Además, tampoco es evidente que existe actualmente una clase capitalista, como grupo homogéneo en cuanto a sus intereses, si interpretamos el capitalismo como una manera implícita de designar a ésta. Segundo, no parece seguir algún criterio explícito para atribuir «funciones» a ese sistema; por ejemplo, no explica mediante qué cauces o mecanismos el anticapitalismo tendría consecuencias reforzantes, ni tampoco el modo como esas consecuencias se revertirían sobre él. A través de estas omisiones, el método sociológico del libro asume una forma que se acerca, por su nivel de abstracción, a la estructura canónica de una teoría de la conspiración.
Si bien Fisher acierta al poner el foco de los trastornos mentales en su dimensión social y política («si, es verdad que la depresión se constituye en el nivel neuroquímico por un bajo nivel de serotonina; lo que todavía necesita explicación es por qué un individuo particular tiene bajos niveles de serotonina», p. 69), la mayor afluencia de esta problemática en los últimos años podría en parte explicarse, antes que por una precarización posfordista del trabajo («los desórdenes afectivos son formas de descontento capturadas, que es necesario exteriorizar y conducir contra su causa real, el capital», p. 120), por la complejidad institucional de la sociedad actual, unida a la necesidad de definirse a través de elecciones entre multitud de posibilidades de acción, junto con una transmutación de las relaciones sociales estables en otras más fluidas, y una menor integración social (un fenómeno cuyo origen puede retrotraerse a los inicios de la industrialización, como ya viera Durkheim en su célebre tesis sobre La división del trabajo social, de 1893, en relación con la sustitución de la solidaridad mecánica por una solidaridad orgánica, basada en diferencias, así como en su monografía sobre El suicidio, de 1897).
Asimismo, no parece tampoco claro que la disolución de la familia se produzca porque el sistema capitalista «fuerza» a la mujer a incorporarse al mercado laboral, para subsistir (pp. 63-64), sino que podría ser un cambio en la balanza de los costos y beneficios de tener hijos, respecto de no tenerlos, lo que, a través del descenso de la natalidad, antes que porque «no podemos tener hijos», porque «podemos no tenerlos», conjuntamente con la aparición de medios electrodomésticos que facilitan las tareas del hogar, y de medios anticonceptivos, hace preferible, para ambos miembros de la pareja, que la mujer participe del mercado laboral, frente a su permanencia en el hogar, suprimida esa crianza, o aligerada a solo uno o dos hijos (Marvin Harris, La cultura norteamericana contemporánea, 1984; Daniel Alarcón, «Natalidad y aborto desde la oposición base y superestructura», 2023).
En el terreno filosófico, cabe diagnosticar la ontología que inspira el libro como una variante del voluntarismo y del formalismo sociológico. Así, de acuerdo con Fisher, una política emancipatoria exigiría destruir la apariencia de todo «orden natural», hacer ver todo lo necesario e inevitable como pura contingencia (p. 42). Si la sociedad actual ha quedado despolitizada, en comparación con las décadas de 1960 y 1970, se debería a una suerte de profecía autocumplida, por la cual creemos que no podemos hacer nada para remediar los males del capitalismo, y porque lo creemos es que no podemos (p. 49). En ese sentido, Fisher no admite que un gobierno responsable pueda deber contar con unas «leyes de mercado». Lo que «parece» -por el realismo capitalista- imposible debería ser presentado como accesible. En efecto, si presumiésemos que toda la economía actual no es sino ideología, orientada a la recurrencia del capitalismo que la sustenta, entonces cualquier debate en base a razonamientos económicos quedaría automáticamente impugnado. Si bien es innegable que la economía actual se encuentra fragmentada en diversas escuelas, e impregnada de inevitables presupuestos ideológicos, esta concepción de la disciplina resulta excesiva.
Cabe reconocer, sin embargo, que Fisher no considera que el deseo subjetivo socialmente compartido de rechazar el capitalismo, exento de una organización política y una ambición sistémica, sea suficiente para superarlo (p. 36), y que limita sus propias tendencias voluntaristas, en particular, mediante la oposición lacaniana entre la «realidad» y lo «real». Por ejemplo, no duda de que el cambio climático es un fenómeno real y verdadero, y de que el ecologismo, pese a la instrumentalización a que habría sido sometido por los poderes económicos, es el medio eficaz y necesario para frenarlo (p. 43). Sin embargo, no ofrece criterios que permitan distinguir cuándo las verdades de un cuerpo de conocimientos deben ser entendidas como aparentes e ideológicas, y cuándo, por el contrario, no deben ser relativizadas, sino entendidas como efectivas y reales.
En cuanto a las propuestas políticas-prácticas, los contenidos del libro son más sucintos y abiertos. Fisher propone, en esta dirección, una austeridad, ascesis o racionamiento de bienes y servicios, canalizada no por vías autoritarias, sino bajo una forma comunitaria, como medio para hacer frente a la catástrofe medioambiental, en un sentido que anticipa las actuales teorías del Decrecimiento económico (p. 120); pero no explicita cómo se definiría esta forma comunitaria de austeridad. Igualmente, propone transmutar los reclamos tradicionales de la izquierda -sindicalismo, salario- en reclamos específicos del posfordismo, o sustituir el par de opuestos motivación-desmotivación, a fin de superar la apatía y la despolitización (p. 60); pero sin precisar cuáles debieran ser los nuevos reclamos, ni tampoco cómo se traduciría esta sustitución.
Como valoración global, podría concluirse que se trata de un libro cuya fama deriva de su vinculación orgánica a los nuevos movimientos de izquierda (mal llamados, ahora despectivamente, Woke), antes que de su solidez argumental y fortaleza teórica, de modo que, en este sentido, no podría ponérselo en pie de igualdad con la tradición académica, en la que se mueven sociólogos como Durkheim, Weber o Merton, o filósofos como Comte o Heidegger. Sin embargo, su lectura se hace recomendable precisamente por esa vinculación, ya que permite comprender, expuestas de manera más sistemática, las bases ideológicas sobre las que se vienen sustentando estos movimientos, a su vez, como medio para entenderlos.
Excelente saber que tienes blog Daniel
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